domingo, 28 de febrero de 2010

Card. Antonio Quarracino: ¿Qué me preocupa de los argentinos? - Homenaje a 12 años de su muerte

Cardenal Antonio Quarracino: ¿Qué me preocupa de los argentinos?
Homenaje a 12 años de su muerte


El 28 de febrero de 1998, hace 12 años, fallecía el entonces Card. Quarracino. En su edición de ayer, sábado 27 de febrero del 2010, el programa "Claves para un mundo mejor" le realizó un pequeño video homenaje. Allí habla de las buenas noticias y también de aquellas cosas que le preocupan de los argentinos: la desunión y la corrupción.

En el año del Bicentenario, es bueno pensar en estos dos graves problemas que siguen siendo tan vigentes como hace 12 años. Que disfruten el video.






lunes, 22 de febrero de 2010

La Patria y la Nación - P. Alfredo Sáenz

La Patria y la Nación
R. P. Alfredo Sáenz, SJ


Antes de introducirnos en el análisis de la virtud misma, digamos algo sobre el concepto de “Patria” y de “Nación”, sin cuyo conocimiento se torna poco menos que imposible tratar de la virtud que tiene a ellas por objeto. ¿Cómo aparecieron las Patrias en la historia?. La humanidad, tal como se halla hoy, se nos presenta dividida en sociedades territoriales determinadas. No fue así desde el comienzo. La humanidad se inició con una familia, nuestros primeros padres, a los que se les dijo: “Creced y multiplicaos” (Gén. 1, 22). Así lo hicieron los hombres primitivos y luego se fueron dispersando por el mundo. Conservaban, ciertamente, algunos vínculos comunes, como el idioma, las costumbres, un conjunto de verdades elementales, que conocían por la revelación natural, etc. Pero la soberbia, subyacente en el intento prometeico de la construcción de la torre de Babel, los dividió profundamente, desvinculándose entre ellos y perdiendo la comunidad de lengua.

Segmentada la humanidad y dispersa por el mundo, el ideal de la sociedad universal, que debía agrupar a todos los hombres, quedó frustrado. Aparte de los egoísmos crecientes, brotes de la soberbia, otros factores como las grandes distancias, los obstáculos físicos, los mares, los océanos y las cordilleras, opusieron dificultades poco menos que insalvables a la conspiración de todos los hombres hacia su destino común. Sin embargo dicho destino subsistía, y en razón del carácter sociable con que Dios creó al hombre, se fueron concretando diversos grupos o sociedades particulares, con fines específicos y concretos.

Dichas sociedades menores nacieron, pues, de la combinación del carácter comunitario de la naturaleza humana, que postula la conspiración a un destino común para todo el género humano, con diversas circunstancias geográficas y hechos históricos que circunscribieron a la humanidad en agrupaciones fragmentarias. Primero aparecieron las tribus, agrupaciones de familias, luego los municipios, y finalmente fueron surgiendo, esplendorosas y magníficas, las patrias, sociedades mayores, dentro de las cuales el hombre podía alcanzar su destino temporal, dentro del linaje humano. En este sentido, cabría decir que Dios mismo es el que está en el origen de las diversas patrias (…)

Tras esta mirada transcendental, penetremos en el sentido de las palabras “patria” y “nación”, partiendo de su significación semántica. La palabra “patria” proviene de patres. Por consiguiente, al decir patria nos estamos refiriendo a nuestro país como algo que nos viene dado, como una herencia. Mirando al pasado, advertimos que la patria es la tierra de nuestros padres. La palabra “nación”, por su parte, se deriva de natus, es decir, que tiene que ver más bien con los hijos, los herederos. En ese caso, estamos mirando preferentemente hacia el futuro. Podría concluirse que si la Patria es una herencia, la Nación es un quehacer, una misión. De ahí que, como escribe Nicolás Berdiaiev, “tienen mucha razón quienes definen la nación como una unidad de destino histórico” (1). (…)

El binomio patria-nación suscita esta doble mirada que enriquece la virtud que nos aprestamos a tratar. Porque la patria está lejos de ser algo terminado, ya hecho. No existe concepto más intensamente dinámico que el de patria, una patria siempre en construcción. La patria engendra el patriotismo y nacionalismo. Esta última palabra resulta sospechosa para no pocos, ya que a veces se la ha entendido en un sentido falseado, totalitario. De por sí es una palabra noble. Si el patriotismo se refiere al amor a la Patria, el nacionalismo alude al amor a la Nación. En nuestra tarea de rescatar las palabras bastardeadas, también se vuelve necesario rescatar a ésta última. Acertadamente ha dicho Ramiro de Maeztu: “Entre nosotros no podría tener otro sentido hacer distingos entre patriotismo y nacionalismo, que no sea el de considerar el nacionalismo como un patriotismo militante frente a un peligro de disolución”. Es decir que el nacionalismo brota de la mirada hacia el futuro, a que nos hemos referido, sobre todo cuando se ve la Patria amenazada o en trance de perecer. (…)


Las modalidades del Amor a la Patria

(…) 4. Amor dolorido. Cuando vemos a la Patria enferma o mancillada, el amor se vuelve dolor, es un amor dolorido. Castellani nos ha dejado un notable texto, que sintetiza mucho de lo dicho hasta aquí, concluyendo en lo que ahora nos ocupa: “El patriotismo es virtud cuando ese apego a lo propio entra en los ámbitos de la razón, y es virtud moral perteneciente al cuarto mandamiento, cuando se ama a la patria por ser «patria» o «paterna»; y es una virtud teológica, que ingresa en el primer mandamiento cuando se ama a la patria por ser una cosa de Dios, y así tenemos el patriotismo común y el patriotismo heroico, que poquísimos poseen hoy día. Así siempre se puede amar a la patria, por fea, sucia y enferma que ande; y así amó Cristo a su nación, que era una «cosa de Dios» literalmente, y por propia culpa estaba lejos de serlo; de modo que su amor era compasión; y así la obra de ese amor fue conminación y consejo, antes que fuera demasiado tarde: no le dijo requiebros sino amenazas, desde el borde abrupto que domina por el Norte la ciudad de Jerusalén. Y lloró sobre ella”.

Para nuestro poeta Marechal, a veces la Patria es “un dolor que se lleva en el costado sin palabra ni grito” (2). Y también: “La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre” (3). Cuando la Patria se vuelve dolor, el amor se acrisola. Bien ha dicho Saint-Exupéry, “¿qué vale una causa que no hace sufrir?”.

En su carta apostólica Salvifici doloris, Juan Pablo II enuncia, entre los posibles dolores morales que una persona puede sufrir, “las desventuras de su propia nación” (4). “Me duele España”, decía Unamuno. Castellani ha expresado en Su Majestad Dulcinea lo que este dolor significa para él: “De las ruinas de este país que llevo edificado sobre mis espaldas, cada minuto me cae un ladrillo al corazón. Y ¡ay de mí! Dios me ha hecho el órgano sensible de todas las vergüenzas de mi Patria y en particular de cada alma que se desmorona”. Como se ve, amar a la Patria no es solamente complacerse sino condolerse. Amarla como se ama al enfermo, para que se restablezca, amarla como se ama al pecador, para que se convierta y viva.

Cerremos estas consideraciones sobre las diversas modalidades del amor patrio: amor afectivo, amor crítico, amor dolorido, con unas inspiradas reflexiones de Manuel García Morente. Según este autor, como lo hemos señalado más arriba, se debe amar a la Patria casi como si fuera una persona humana, y por tanto dicho amor habrá de asumir todas las formas que puede asumir el amor a una persona humana. Estas formas son tres: el amor filial, el amor conyugal y el amor paternal.

El amor a la Patria es ante todo, amor filial, ya que a la patria le debemos la vida y la educación, que es lo que un hijo debe a sus padres. Este tipo de amor se estimula principalmente cuando consideramos a la patria en su pasado, en su tradición, como si fuera madre nuestra en lo espiritual y lo material. Dicho amor es entonces amor histórico o amor de gratitud, que nos llevará a conservar cuidadosamente los restos del pasado patrio, a conocer y estudiar la historia de sus grandezas, sin ignorar sus defecciones, con la consiguiente conmiseración.

Pero también el amor a la Patria es un amor conyugal. Porque la patria no es sólo madre, sino que tiene también algo de esposa, de modo que nuestra unión con ella posee un cierto carácter nupcial. La forma que adoptará este tipo de adhesión será la del amor de fidelidad. Contra tal amor, que tiende a ser indisoluble, atenta la deslealtad, la traición a la patria, una especie de adulterio que rompe la unidad viva de la nación. El amor de fidelidad a la patria-esposa nos vincula a la tierra y a los problemas vivos del presente, al tiempo que nos separa de los enamoramientos furtivos de otras naciones.

El amor a la Patria es, por último, un amor paternal. Porque la patria no es sólo el pasado que nos ha engendrado como hijos, ni tampoco el presente, en el que nos unimos a ella con un amor de índole conyugal. La patria es también el futuro, y en este sentido la engendramos de alguna manera con nuestro esfuerzo. Ahora bien, el futuro de los hijos constituye la preocupación principal de los padres, y por asegurarlo son capaces de sacrificar su vida. Por eso, en su aspecto de amor paternal, el patriotismo es amor de sacrificio. Dar la vida por la patria es como morir por los hijos, de cara al futuro que nuestros esfuerzos presentes preparan a la patria amada, como prolongación del pasado glorioso.

La Patria, pues, concluye García Morente, que se nos muestra como madre, esposa e hija, es objeto de las tres formas de amor que cabe sentir hacia las personas: el amor de gratitud, el amor de fidelidad y el amor de sacrificio. Allí debe confluir la educación del patriotismo, en esas tres formas de amor en que se cifra el conjunto de obligaciones que nos impone dicha virtud (5).


 
_______
NOTAS:
1. Sobre la desigualdad, Emecé, Buenos Aires 1978, pág. 102.
2. Heptamerón, “La Patriótica”, I. Descubrimiento de la Patria 15…, pág. 65.
3. Ibid. Descubrimiento de la Patria 2…, pág. 59.
4. Nº 6.
5. Cfr. Escritos Pedagógicos…, págs. 223-225.




Fuente: P. Alfredo Sáenz, “Siete virtudes olvidadas”.



 

martes, 16 de febrero de 2010

Juan Facundo Quiroga - Su muerte

Juan Facundo Quiroga
Su muerte

 
Conocido por el nombre de "Tigre de los Llanos", Quiroga jugó un papel prominente en la vida política de la Argentina (1818-1835).


Juan Facundo Quiroga nació en 1778, en la provincia de La Rioja. Su padre fue el estanciero José Prudencio Quiroga, a quién Facundo ayudó a conducir sus propiedades a partir de los 16 años. Tras un breve paso como voluntario por el Regimiento de granaderos a caballo, en Buenos Aires, regresó en 1816 a La Rioja, donde colaboró activamente con el ejército del norte que luchaba contra los realistas, proveyéndolo de ganado y tropas.

En 1818 recibió de Pueyrredón el título de "benemérito de la Patria" y a fines de ese año intervino destacadamente para sofocar un motín de prisioneros españoles en San Luis.

A partir de 1820, con el cargo de jefe de las milicias de Los llanos, se inició en La Rioja la preponderancia de Quiroga. Además asumió la gobernación de la provincia, aunque sólo fue por tres meses, pero en los hechos continuó siendo la suprema autoridad riojana.

Quiroga brindó su apoyo entusiasta al Congreso de 1824 reunido en Buenos Aires, pero pronto se produjo su ruptura con los unitarios porteños. Junto a los otros gobernadores que resistían la política centralista de Rivadavia que culminó con la sanción de la Constitución unitaria, se levantó en armas contra el presidente, enarbolando su famoso lema de "Religión o Muerte". Su lucha contra los unitarios había comenzado, en realidad, en 1825, cuando Quiroga derrotó a La Madrid - usurpador del gobierno de Tucumán - en El Tala y Rincón de Valladares.

Caído Rivadavia, Quiroga apoyó la efímera gestión de Dorrego, cuyo fusilamiento volvió a encender la chispa de la guerra civil. Facundo se convirtió entonces en figura descollante del movimiento federal y, en el interior, enfrentó a las fuerzas unitarias del General Paz. El Tigre de Los Llanos, como lo llamaban amigos y adversarios, cayó derrotado en La Tablada y en Oncativo.

En Buenos Aires, con la ayuda de Rosas, formó una nueva fuerza, llamada División de Los Andes, Al frente de ella ocupó San Luis y Mendoza, en Córdoba persiguió a La Madrid - el jefe de las fuerzas unitarias después de la captura de Paz - y, ya en tierra tucumana, lo derrotó completamente en La Ciudadela. En esos momentos su poder y su prestigio alcanzaban el punto más alto.

Después de participar en la etapa preparatoria de la campana del desierto realizada por Rosas, permaneció con su familia en Buenos Aires durante un tiempo. Aquí Quiroga dedicó el resto de su vida a intentos (solo o con otros federales) de convocar un congreso constituyente para formar la estructura orgánica de una república federal.

Rosas se opuso enérgicamente a tal designio, arguyendo que una organización formal de esa naturaleza era prematura e insensata hasta tanto las provincias no hubieran creado sus estructuras políticas individuales y una saludable vida institucional, citando el ejemplo de los Estados Unidos, que no admitía que un territorio tomase plena participación en la vida política nacional hasta haber formado su propio gobierno.

En 1834, a pedido de Maza, gobernador de Buenos Aires, y del propio Rosas, medió en un conflicto entre Salta y Tucumán. En Santiago del Estero se enteró del asesinato de De La Torre, gobernador salteño.

Cumplida su misión con éxito y regresando a Buenos Aires, desdeñó obstinadamente las advertencias sobre conspiración en Córdoba, y rechazando el ofrecimiento de protección que le hizo Ibarra, el gobernador santiagueño, fue sorprendido y asesinado por efectivos al mando de Santos Pérez en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835.

La azorada opinión pública dividió las inculpaciones del crimen entre Rosas, López y los hermanos Reinafé, pero José Vicente Reinafé, gobernador de Córdoba, su hermano, Santos Pérez y otros fueron convictos de la conspiración y ejecutados (1836).

La muerte de Quiroga dejó a Rosas como única autoridad subsistente.








jueves, 4 de febrero de 2010

Un aspecto de los sucesos de Mayo - Jorge H. Sarmiento García

Un aspecto de los sucesos de Mayo
Jorge H. Sarmiento García


1) La noticia:

1810 - El Cabildo Abierto de Buenos Aires que convoca el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros reúne a 251 vecinos. Juan José Castelli sostiene que América no depende de España, sino del monarca español y que, al haber perdido éste su autoridad, le corresponde al pueblo asumir la soberanía.

LOS ANDES del 22 de mayo.


2) El comentario:

Sobre estos sucesos ya hemos consignado lo que sigue.

El Brigadier Cornelio Saavedra le expresaba al virrey Cisneros: “Señor, son muy diversas las épocas del 1 de Enero del año 9 (cuando Saavedra había apoyado al virrey) y la de Mayo de 1810, en que nos hallamos. En aquélla existía la España, aunque ya invadida por Napoleón; en ésta toda ella, todas sus Provincias y Plazas están subyugadas por aquel conquistador, excepto sólo Cádiz y la isla de León ... Y ¿qué, señor?. ¿Cádiz y la isla de León son España?. ¿Este inmenso territorio, sus millones de habitantes, han de reconocer soberanía en los comerciantes de Cádiz y en los pescadores de la isla de León?. Los derechos de la Corona de Castilla, a que se incorporaron las Américas, ¿han recaído en Cádiz y la isla de León, que son parte de una de las provincias de Andalucía?. No, señor. No queremos seguir la suerte de España, ni ser dominados por los franceses: hemos resuelto reasumir nuestro derecho, y conservarnos por nosotros mismos”.

Salvador de Madariaga dijo que se argüía de un modo irrefutable cuando se decía que al declarar que el Papa Alejandro VI había concedido el Nuevo Mundo a los Reyes Católicos y a sus sucesores legítimos, pero no a los peninsulares, ni a la Península, ni a los de la isla de León, ni a los franceses. Los territorios pertenecían a los descubridores y pobladores, representados ahora por los patriotas.

Y dijo Saavedra: “A la ambición de Napoleón y a la de los ingleses, de querer ser señores de esta América, se debe atribuir la revolución de mayo de 1810”.

Circunscripta la opinión al momento inicial de Mayo, la tesis de Juan Manuel de Rosas, fundada en la de su primo y testigo Tomás Manuel de Anchorena, en modo alguno es arbitraria: “¡Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y una dignidad sin ejemplo!. No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que los ligaban a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mayor éxito en su desgracia.

Tampoco está mal pensar que la ruptura de la continuidad no nació de la conspiración hecha por un partido independentista en perjuicio del rey de España. Si Carlos IV y Fernando VII no hubiesen sido los infelices protagonistas de Bayona y no hubiesen dejado jirones de su dignidad real en el camino de Aranjuez a la localidad testigo de la farsa, no habría estallado un movimiento cuyo sentido inicial no habría sido otro que la autonomía respecto de unas autoridades metropolitanas que se atribuían derechos de gobierno de origen dudoso.

Y afirma Enrique Díaz Araujo (de cuyo libro "Mayo Revisado", Bs. As., 2005, recomendamos la lectura), que para evitar la dominación de Napoleón o de los ingleses “se hizo la denominada (con posterioridad) Revolución de Mayo. Antes, en 1807, se lo había dicho Manuel Belgrano al general Craufurd: `nosotros queríamos al Amo viejo, o a ninguno`. Por eso, los miembros de la Primera Junta juraron religiosamente al Rey cautivo [Fernando VII], y salvo que se los tenga a todos por perjuros delincuentes, no estaban colocándose ninguna `máscara` .







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